jueves, 11 de febrero de 2010

Hallazgo

Crecí parejo como un cielo
lleno de objetos que brillaban con el sol.
Como vivir frente a un espejo
y no saberlo hasta tocarme y verme yo.
Y todo crece en cada libro,
en cada cinta, en cada cuento
en cada vista alrededor
.
(Hallazgo de las piedras, Silvio Rodríguez)


Una tarde en un barucho de Viña, conversábamos unas cervezas con una compañera. Conversar con esta amiga es muy entretenido ya que hablamos siempre temas que nos interesan, pero nunca llegamos a una conclusión, sino que generamos más y más preguntas y así nunca nos aburrimos. Esa tarde después de hablar un poco de la complejidad de vivir (o de la inmortalidad del cangrejo, da lo mismo), llegamos al tema de Caín y su famoso sello, lo recuerdo muy bien porque yo había leído recién "Demian" de Herman Hesse donde el personaje tenía una particular visión de esa historia (ya compartí ese libro) así que lo cité en la charla.
En un momento fui al baño del bar. Estaba lleno de groserías en las paredes, pero me pegué en un mensajito que de tan pequeño, destacaba entre los garabatos visuales: "el amor es desapego". Y me lo quedé pensando porque parecía la respuesta indiscutible a todo lo que hablábamos y también lo asocié de inmediato con el citado libro de Hesse que como ya lo leyeron, saben a qué me refiero...
Tiempo después leí otro libro: "El sentido de lo humano" del biólogo Humberto Maturana (que tiene al inicio tres entrevistas) y que aún siendo estudios de un importante científico, les sorprendería ver cómo dá con lo mismo que Hesse, con el mensajito anónimo y varios profetas, poetas, cantores, escritores, filósofos, etc. El resto de los mortales estamos tan contaminados que nos cuesta el mundo dar con lo elemental que es lo más simple y puro. Es difícil entender eso. Uno suele llenarse la cabeza de cosas ilusorias, de palabras vacías que llenan el intelecto. Pero el aprendizaje real se concibe con la práctica, lidiando con lo cotidiano. De pronto, en un instante mágico y carente de toda fórmula, mecanismo o lógica, no es el intelecto el que aprende, es la conciencia y se uno da cuenta que había vivido por siglos en absoluta ceguera...

Les dejo a continuación un extracto de la segunda entrevista a Maturana que es la médula de la parte interpretativa del asunto. Lean y sabrán por qué la integro.

[...]Pero se cambió nombre una vez más. Tubalcaín se puso. "No me atreví a ponerme Caín. Lo que pasa es que estuve leyendo sobre Caín y encontré a Jehová completamente injusto. Y pensé que él lo había provocado para que matara a Abel con su rechazo. El le había provocado la envidia. Era Jehová el responsable de la muerte de Abel. Y para reivindicar a Caín me puse Tubalcaín, que es el nombre de un hijo de Caín".

Jesús, un gran biólogo


P.E. —¿Cree en Dios?
H.M. —No.
P.E. —¿Cree que el hombre es un ser trascendente?
H.M. —No. No tiene alma como una entidad independiente.
Pero existe el alma humana -dice y pone cara de misterio. Yo tevoy a explicar. Pienso que los seres vivos son sistemas que tienen sus características como resultado de su organización y estructura, de cómo están hechos, y para que existan no se necesita de nada más. Pero al mismo tiempo los seres vivos tienen dos dimensiones de existencia. Una es su fisiología, su anatomía, su estructura. La otra, sus relaciones con otros, su existencia como totalidad. Lo que nos constituye como seres humanos es nuestro modo particular de ser en este dominio relacional donde se configura nuestro ser en el conversar, en el entrelazamiento del "lenguajear" y emocionar. Lo que vivimos lo traemos a la mano y configuramos en el conversar, y es en el conversar donde somos humanos. Como entes biológicos existimos en la biología donde sólo se da el vivir. La angustia y el sufrimiento humanos pertenecen al espacio de las relaciones. Todo lo espiritual, lo místico, los valores, la fama, la filosofía, la historia, pertenecen al ámbito de las relaciones en lo humano que es nuestro vivir en conversaciones. En el conversar construimos nuestra realidad con el otro. No es una cosa abstracta. El conversar es un modo particular de vivir juntos en coordinaciones del hacer y el emocionar. Por eso el conversar es constructor de realidades. Al operar en el lenguaje cambia nuestra fisiología. Por eso nos podemos herir o acariciar con las palabras. En este espacio relacional uno puede vivir en la exigencia o en la armonía con los otros. O se vive en el bienestar estético de una convivencia armónica, o en el sufrimiento de la exigencia negadora continua. Yo creo que Jesús era un gran biólogo. El hacía referencia a esta armonía fundamental del vivir sin exigencia, por ejemplo, cuando al hablar a través de las metáforas decía: "mirad las aves del campo, ni cultivan ni trabajan ni se esfuerzan y se alimentan mejor que los humanos" y sin angustias su existencia es armónica en la vida y la muerte. O cuando hablaba de las flores. O cuando decía que para entrar en el reino de Dios uno tenía que ser como los niños, y vivir sin la exigencia de la apariencia en la inocencia del presente, en el estar allí en armonía con las circunstancias. Decir todo eso es comprender la biología del ser espiritual.
PE. —Cómo explicaría en términos cercanos, cotidianos, su teoría del conocimiento?
H.M —Podemos evocar la teoría biológica del conocimiento con algo cotidiano. Todos los seres humanos tenemos dos tipos de experiencias fundamentales. La mentira y el error. Todos sabemos cuando mentimos, pero no cuando nos equivocamos. Porque el error es siempre a posteriori. Lo mismo pasa con las ilusiones, como cuando uno va caminando en la calle y saluda a alguien que creyó conocer, y luego se da cuenta de que no era la persona conocida. Allí está lo central, uno se da cuenta del error después, atendiendo a otras dimensiones distintas de aquélla desde la cual reconoció a la persona y vivió la experiencia, buena o mala, de encontrarse con ella. Esas experiencias constituyen el fundamento del darse cuenta de que uno no puede hacer referencia a una realidad independiente de uno. Yo no puedo distinguir en la experiencia entre ilusión y percepción porque tal distinción es a posteriori. Sí podemos ponernos de acuerdo. Y todos sabemos cotidianamente que el mundo en el que vivimos es un mundo de acuerdos de acciones. Y que cada vez que el otro no sabe algo, uno se lo puede enseñar, generando un acuerdo de acciones. El problema no está en la convivencia, en los acuerdos, ni en el darse cuenta de que no podemos hacer referencias a una realidad independiente. El problema está en la creencia de que podemos hacer esa referencia; en el apego a ella a través de creer que uno puede dominar a los otros reclamando para sí el privilegio de saber cómo son las cosas en sí. Y esto, que es el fundamento de la teoría que explica la biología del conocer, es accesible para cualquier persona.
P.E. —¿Por qué sentimos angustia?
H.M. —La angustia está relacionada con las expectativas y se suprime eliminando las exigencias. No es fácil, pero toda la prédica de Jesús es una invitación a acabar con la angustia a través del desapego. Cuando dice que hay que ser como los niños para entrar al reino de Dios hace referencia al desapego. ¿Qué es el reino de Dios? Un mundo sin angustias, porque es sin expectativas, sin apariencias, sin pretender ser lo que no se es. Y está en la armonía de vivir en el presente y no con la atención puesta en el resultado del hacer aunque se trate de un hacer con el propósito de obtener un resultado.
P.E. —¿Y usted es un hombre sin angustias?
H.M. —Yo creo que sí. Salvo cuando tengo problemas económicos.
Fuera de eso, no tengo angustias -dice riendo.
P.E. —Usted sabe cómo es Humberto Maturana Romecín?
H.M. —Mira, no sé cómo soy. Me doy cuenta cómo estoy siendo. Tengo ciertos valores... ni siquiera sé si tengo ciertos valores. Los tenía antes, cuando niño tenía valores. La honestidad, el honor. Ya no los tengo como valores. No me preocupan. Ya no tengo que tratar de ser honesto. Soy honesto, no más. No me gusta
mentir porque violo un acuerdo fundamental con el otro. Y sin embargo a veces miento. Y no justifico mi mentira. La escojo. Por ejemplo, a veces voy a ver a un amigo al mediodía y me pregunta si he comido. Y digo que sí, aunque no he comido nada. Es mentira, pero no puedo llegar y decirle "no te preocupes, no importa que me quede sin comer". Porque en ese momento se crea otro espacio del que no me quiero hacer cargo.
P.E. —¿Qué es la felicidad?
H.M. —Supongo que el no tener aspiraciones ni deseos. Vivir la vida en la armonía de sus circunstancias. Eso no quiere decir vivir flotando en el desorden o el caos. Uno hace lo que hace porque quiere hacerlo, y si no resulta, hace otra cosa.
P.E. —Suena como una vida desapasionada.
H.M. —Desapasionada en el sufrimiento. La felicidad no es estar en el jolgorio.[...] La gente cree que la felicidad está en que todas las cosas que uno hace le resulten bien. No es cierto eso. La mayor parte de las cosas que uno hace anda más o menos. Algunas resultan bien y otras mal. La infelicidad es el apego a que resulten bien. Como la mayor parte de las cosas que uno hace no resulta tan bien, cuando resultan bien uno se entusiasma, se ciega en la celebración y no ve los errores que comienza a cometer. Así, uno anda por la vida de salto en salto, de la angustia a la felicidad y viceversa. Yo no ando así, por lo menos. Yo soy alegre, justamente por eso.
P.F., —Pero me imagino que igual a veces sufre...
H.M. —Sí, sufro a veces. Pero no tanto... -dijo con su voz segura, serena. Sabía a fin de cuentas.

Bueno, aquí "El sentido de lo humano" y busquen más de Maturana, es seco!

1 comentarios:

michael dijo...

extraordinario post. es extraño por que me encontre con tu blog en el momento preciso. me gusto mucho, gracias por compartir esas cosas n_n

Un afectuoso saludo
atentamente
Michael C.
PD: comenzare a practicar el desapego
n_____n